Hola! Bienvenid@s, ya sabeis que os toca leer un poquito ;) pero ánimo que es poca cosa jeje espero que os guste! (: UnBeso^^ Bekii

sábado, 14 de mayo de 2011

Capítulo 6.

Llegué a casa y lo primero que hice fue cambiarme de ropa, estaba llena de tierra y totalmente rota.
Yuri estaba en la biblioteca, como siempre, estudiando, preparándose para poder capturar a un inmortal, buscando sus puntos débiles y lo más importante para ella, no hacerles daño.
Aún tenía la mente algo turbada. “¿Realmente había besado a aquella chica?” Me quedé pesando y me corregí inmediatamente, “Inmortal, ella es una inmortal”. Pero parecía tan humana, se comportaba como una humana, “menos por su afán asesino”, sonreí, había sido gracioso verla empuñar aquel abrecartas. Hasta me había gustado verla con aquel brillo amenazador en sus ojos. “¡Pero qué estás diciendo!”
Bajé hasta la biblioteca para ver a Yuri, pero cuando llegué allí ella ya no estaba. Miré el reloj y me di cuenta de que ya se habría ido a dormir.
No me iba a ir a dormir tan pronto, asique decidí descargar todo lo que sintiese sobre un saco de boxeo.

≈ Estaba mirando la daga mientras caminaba hacia mi casa. Era bonita de alguna manera, la empuñadura tenía algo grabado, que la rodeaba haciendo siempre el mismo movimiento, casi como si fuese la silueta de una serpiente alada. Pasé la mano por el filo y noté como estaba bien afilada, aunque sobre mi piel no hizo ni un rasguño. A lo mejor me podría acostumbrar a aquello.
Guardé la daga en el bolsillo de mi pantalón, envuelta sobre un pañuelo, para no rasgarlo.
Ya veía mi casa, y mientras esquivaba una rama sus latidos me volvieron a la cabeza, su respiración, el sabor de sus labios. “Primero me intenta matar y después me besa” Me quedé quieta, pensando sus palabras ‹así tengo una escusa para volver›, y su sonrisa. Aún podía notar que me quemaban las mejillas. ¿Por qué siempre me tenía que poner tan roja? Es cierto, casi siempre andaba con mis grandes coloretes naturales, y muchas veces lo odiaba, pero cuando me ponía nerviosa iba a más y casi resultaba incómodo.
Caminé por el jardín de mis padres hasta la puerta, y ahí me di cuenta de que no tenía llaves, me las había dejado dentro. Vi a la gatita sobre la repisa de la ventana de mi habitación y que la ventana estaba algo abierta. ¿Cuánto podía haber? ¿Cuatros metros?
Si mi madre me hubiese visto se habría puesto histérica, siempre me protegía de más, aunque si me hubiese visto en el bosque le habría dado algo sin duda.
No me lo pensé, me subí al alfeizar de la ventana del piso de abajo y di un saltito para agarrar la repisa que separaba los dos pisos. Cuando me di cuenta ya estaba dentro de mi habitación, había sido demasiado natural, aunque esa sensación me agradó. Me sentía especial.

≈ Félix se estaba preparando para salir. Habían recibido un rumor de que algunos vampiros iban a ir de caza esa noche.
Dentro de los vampiros también había traidores, normalmente jóvenes que querían salvarse la vida, y siempre traicionaban a sus amigos. Lo único que les salía mal era que Félix no les perdonaba la vida, mataba a los delatados y a los delatadores, era por esa razón por la que él era el que lo llevaba todo y decidía todo.
Habían decidido que rastrear la ciudad no era suficiente e iban a rastrear también la zona de la playa. Me ofrecí a hacerlo, y cuando me lo permitieron me di cuenta de lo que estaba haciendo, aunque me alegré de volver allí.

≈ Amy me había mandado un mensaje. Una vampira novata había delatado a algunos vampiros y esta noche iba a ser peligrosa, asique me aconsejó que me quedase en casa.
No me dijo quién había sido, solo me dijo que se iba a ir de la ciudad unos días, y que me pensase si me gustaría irme con ella y aprender a defenderme. Pensé en esa misma tarde, lo había hecho bastante bien, aunque me gustaría saber más, moverme más rápido, sin hacer ruido, como ella en el parque.
Le contesté unas líneas diciéndole que ya se lo diría. Ella me avisó de que ya se había ido y de que en una semana volvería por mi casa para saber mi decisión, me deseó suerte.
Esa noche mi padres estaban en casa, mi padre en su estudio, absorto de todo, y mi madre en la sala, viendo un estúpido reallity show americano. No me iba a quedar en casa, Amy había dicho que no fuese a la ciudad, pero no había dicho nada de la playa ni de mi jardín/bosque.
Subí al piso de arriba, supuestamente a “dormir”. Busqué la daga en el cajón y un cinturón. Cogí uno que usé en carnavales, con el hueco para la pistola, me lo até a la espalda y guardé la daga. Podía notar su roce sobre mi piel, pero no me hacía daño. Abrí la ventana que daba a la parte de atrás de la casa, por donde había subido esa tarde. Me subí a alfeizar y miré a la gatita que estaba abajo, como esperándome.
Salté. Me sentí libre. Me sentí yo.
Aterricé en silencio al lado de la gatita que ronroneaba y parecía mirarme satisfecha de lo que acababa de hacer.
Caminamos juntas hacia el bosque, y estuvimos las dos una al lado de la otra, hasta que los árboles empezaron a impedírnoslo.
Me relajé, escuchando todos los sonidos de mí alrededor. Miré a la gatita e intenté oír lo que no lograba percibir. Me paré en seco y me agaché. La gatita volvió a ronronear, sus ojos casi negros me observaron.
-          Nana, ¿no te escucho el corazón? - La gatita ronroneó satisfecha. Me quedé pensativa un rato y la cogí en mi regazo – Bueno, tenemos algo en común.
Sonreí para mí misma y acurruqué a la gatita sobre mi pecho. Estábamos llegando a la playa y empezaba a hacer frío. La gatita se revolvió en mis brazos y saltó al suelo, me miró ronroneando y se dio la vuelta. Se volvía a casa, solo con mirarla ya lo sabía. “Demasiada humedad para ella” Pensé.
Oí un crujido a mi espalda, me giré, pero no había nada.
Me subí a un árbol, no iba a bajar a la playa, esa noche no, pero si quería verla, al menos el mar.
Me senté sobre la rama y me llevé la mano a la espalda. La daga aún parecía más bonita con esa luz. La observé con cuidado, ¿qué eran esas inscripciones? Otra vez un crujido. Miré hacia la oscuridad, busqué a la gatita, pero no la vi.
Guardé la daga y bajé del árbol. Una vez en el suelo cerré los ojos y busqué el sonido que me había sobresaltado. No solo era un crujido, también había un latido, una respiración…
Abrí los ojos hacia donde venía el ruido. Supuse que no iba a salir hasta que yo no estuviese allí por lo que me esfumé.

≈ Salí de detrás de los árboles, casi buscándola. Suspiré cuando me di cuenta de que se había ido. ¿Me estaba enamorando de aquella inmortal? Me acerqué al árbol donde había estado sentada. El viento movió los árboles, y me pareció ver una sombra moverse con ellos.
Deslicé la mano a mi espalda. Mis dedos rozaron la empuñadura de la espada y cuando la iba a sacar una mano agarró mi muñeca y otra colocó una daga sobre mi cuello, una daga que yo conocía.
-          ¿Qué haces aquí? – Las palabras fluyeron seguras de sus labios, aunque en sus ojos se veía la inseguridad de una niña.
-          Lo mismo que hacía hoy por la tarde – La observé, se quedó pensativa, apretó un poco más la daga sobre mi cuello – Si vas a matarme hazlo rápido – Se separó de mi ante la crudeza de aquellas palabras.
-          Yo… - Bajó la daga y dio unos pasos hacia atrás – Yo no sería capaz de matar a alguien.
-          ¿Ah no? – La miré, iba a ponerla a prueba, quería ponerla a prueba, demostrarme a mí mismo que era distinta.
Ella se dio cuenta de que iba a hacer algo. Note como se ponía en guardia. Me abalancé sobre ella con rapidez, como me habían enseñado. En lugar de atacarla a ella le arrebaté la daga y la lancé lejos. Ella observó como desaparecía entre la maleza e hizo una expresión de desagrado que me encantó.
Sus ojos brillaban, pero no con afán asesino como esa tarde, sino con un toque divertido.
Se abalanzó sobre mí, la esquivé y cuando pasó por mi lado me pareció verla sonreír. Cuando me di cuenta la espada que llevaba en la espalda se alejaba y se desvanecía.
-          ¿A qué vino eso? – La miré intentando contener una sonrisa, era preciosa.
-          ¿Por qué me quitaste tú la daga? – En sus ojos había un desafío que no pronunciaba, pero estaba allí, lo notaba.
-          No sé – Me acerqué a ella con lentitud, le agarré una muñeca y la coloqué al lado de su cuerpo – así no te puedes defender bien.
-          Lo mismo digo – Sonrió.
Me pareció tan sincera, tan humana. “Jace, inmortal, no te olvides de que es una inmortal”
Cambió el peso de pierna y con un movimiento ágil de muñeca me agarró ella a mí y acabé en el suelo. Se quedó mirándome, de pié a mi lado. Le agarré del brazo y la tiré al suelo, a mi lado.
≈ Le observé con curiosidad, me había querido matar, y ahora parecía que jugaba. Me podría haber atrevido a decir que me miraba hasta con cariño. “No, imposible, él es un cazador, me quiere matar”
Me intenté incorporar pero él se sentó y me agarró una pierna. Me enfadé un poco, pero me encontré riéndome y lanzándole un puñado de hojas que había en el suelo.
Cerró los ojos cuando se las tiré y cuando los abrió parecía sorprendido. Movió una mano hacia atrás para coger unas hojas. Le agarré la muñeca con mi mano y la coloqué casi sobre mis piernas. Moví la otra que me quedaba libre para coger algo que lanzarle y él me agarró por la muñeca. Le miré a los ojos y no pude evitar sonreír.
≈ Me encantaba su sonrisa, sus ojos, su tacto. Paseé los dedos por su muñeca y noté como se ruborizaba. Di un tirón de mi mano arrastrándola sobre mí. Se apoyó con una mano a mi lado. La agarré por la muñeca y la atraje más hacia mí.
Me empujó hacia atrás y del susto que me metió la solté. Sonrió. No le di tiempo a reaccionar. La agarré de la cintura y la arrastré hasta colocarla a escasos centímetros sobre mi cuerpo. Coloqué una mano sobre su mejilla. La besé, y ella, se dejó llevar.
Era dulce. Pasé mi mano por su cintura y rocé su piel. Pude oír como mi corazón se aceleraba, la tenía tan cerca, y, aunque mi cerebro me dijese que me alejase, que la matase, mi cuerpo me decía que bebiese de ella, que no me separase.
Se separó de mí y me observó. Aún le estaba acariciando la cintura.
-          Te das cuenta de que soy inmortal ¿no?
-          Si – Suspiré – No me he olvidado.
-          Ah, bien – Se sentó en el suelo y yo me incorporé cogiéndole la mano - Entonces ¿me matarás?
-          No – Me puse serio, aunque acabé sonriéndole – No podría.
-          ¿Por qué? – Me miró con curiosidad – Soy una inmortal.
-          Pero no como las demás.
La besé, intentando demostrarle por qué no la iba a matar, intentando demostrarme a mí mismo por qué no debía matarla. Me había enamorado de ella.

sábado, 7 de mayo de 2011

Capítulo 5.

La seguí hasta lo que parecía ser su casa. Era una casa normal, una casa parecida a la que había tenido cuando vivían mis padres.
Me quedé observándola desde el otro lado de la calle, parecía algo nerviosa, miraba a todos los lados, ¿querría esconder algo?

≈ Entré por la puerta. Me estaba costando mantener mi pulso calmado y abrir la puerta había sido una misión casi imposible. Cerré la puerta y caminé hacia las escaleras. La gatita me observaba desde los escalones mientras ronroneaba. Me senté en las escaleras y apoyé la cabeza sobre mis rodillas. Habría estado así durante bastante rato, de no ser porque escuché un ruido en el jardín y me sobresalté.
Me levanté de las escaleras y fui hasta la sala. Aparté un poco la cortina para ver si veía algo, pero nada, lo único el movimiento de algunas ramas. “Si un cazador descubre dónde vives toda tu familia estará en peligro, asique deberás matarle”. Amy había sido clara, si no quería poner en peligro a mis padres tendría que irme o matar a quien fuese que estuviese allí fuera.
Fui al estudio de mi padre. Llevarme un cuchillo sería demasiado cantoso, por lo que cogí el abrecartas, ya sabía que cortaba bien.
Salí al jardín. La gatita se había subido al alfeizar para mirar a donde iba. Le hice una carantoña a través del cristal y se marchó ronroneando.
La casa que habían elegido mis padres era la última de una urbanización. Mi jardín daba al de una vecina y por el otro lado a un bosque, que si seguías el camino te llevaba hasta una playa.
Me concentré para poder escuchar todo, simplemente tendría que relajarme. Me gustó esa sensación, no tener que estar nerviosa por si me desconcentraba y me ponía a escuchar todo en medio de un atasco. Aquí simplemente podía relajarme y disfrutar del ruido, porque era el piar de los pájaros, el ruido del viento en los árboles. Me relajó no oír nada, pero al respirar noté ese olor dulce que me había sorprendido. Me había seguido, estaba allí para rematar lo que no había hecho en la ciudad. Oí un crujido y me puse a caminar en silencio hacia donde parecía estar.

≈ Estaba llegando a la playa y me estaba poniendo cada vez más nervioso. No sabía si me había visto o sino, pero si me la volvía a encontrar de frente y no era capaz de matarla no sé qué haría. Oí un crujido detrás de mí, “Son los árboles” pensé. Me giré para asegurarme y allí estaba ella, mirándome a los ojos. Mi corazón se aceleró. Intenté coger la daga que llevaba en el bolsillo pero me fallaron los dedos.
Se abalanzó sobre mí empuñando lo que me pareció un abrecartas. “¡Me ataca con un abrecartas!” Intenté no reírme, ella no se había dado cuenta de que simplemente sin nada, ya era ella sola un arma letal.
Intentó clavármelo en el hombro. La esquivé, retrocediendo, hasta que ya no tenía más que retroceder.
Intenté coger la daga otra vez y la saqué el bolsillo. Ella pareció dar un saltito de sorpresa. “Se atreve a venir a por mí y ahora se asusta”. La miré a los ojos y cuando se despistó la ataqué. Dio un salto hacia atrás y tropezó con una rama. Se agarró a mi brazo y me llevó con ella al suelo. Nos caímos por un pequeño barranco. En la caída perdí la daga, y me pareció que ella perdió el abrecartas.

≈ Me intenté incorporar pero el chico estaba encima de mí. Cuando se dio cuenta de aquello me sujetó contra el suelo por las manos para que no me pudiese defender. Me salió un gruñido de mis labios, me pareció tan natural que no me sorprendí. Me di cuenta de que él no tenía la daga. Hice fuerza con las piernas en el suelo y le lancé por encima de mi cabeza. Me levanté rápido y le agarré las muñecas a la espalda. Con un movimiento rápido de piernas me tiró otra vez al suelo, pero no logró soltarse de mis manos y calló encima de mí. Cerré los ojos pensando que me iba a golpear en la cara, pero se paró a unos centímetros.
Abrí los ojos y vi los suyos, mirándome fijamente, me pareció que sonreía. Se revolvió un poco para soltarse y dejé de hacer presión en sus muñecas. Se acercó un poco más a mí, colocó una mano al lado de mi cara y se levantó. Me incorporé y le observé. Era el chico de aquella noche, el que vi al lado de mi casa, era el del parque, el del callejón…

≈ Me agaché y recogí la daga. La coloqué hacia ella. Cuando la miré también tenía en su mano el abrecartas. Me lancé hacia ella, le intenté clavar la daga pero con un movimiento suyo de muñeca me quitó la daga de la mano. La empuje contra un árbol y intenté ahogarla. Agarró mi brazo con una mano y la separó con rapidez. Coloqué el otro donde había estado el otro y ella volvió a hacer lo mismo. Me sujetó las dos manos a cada lado de mi cuerpo. Perdí el equilibrio y me balanceé hacia delante. Ella soltó mis manos y yo las coloqué en el tronco del árbol, al lado de su cuerpo. Me quedé a escasos centímetros de ella. Noté su aliento sobre mi mejilla, y hasta yo oí mi corazón, estaba retumbándome en los oídos.
Me separé un poco, la miré a los ojos, y casi sin darme cuenta la besé. Noté que se dejaba llevar. Coloqué una mano en su mejilla y otra sobre su cintura. Ella deslizó una mano por mi espalda. “¡La espada!” Me separé de golpe, pero, ella ya la tenía en sus manos.
La miré a la cara, se había ruborizado. Saboreé lo que quedaba de su sabor sobre mis labios y busqué por el suelo la daga. Me di cuenta de que estaba casi a su lado.
-          Lo siento, pero, ¿me puedes devolver la espada?
≈ Intenté no reírme, no sonreír, pero solo sentir el calor sobre mis mejillas me hacía sentir algo violenta.
-          Asique – Me agaché y recogí la daga – ¿Después de intentar matarme quieres que te las devuelva?
-          Sí, esa es la idea – Me miró intentando ponerse serio, pero los latidos de su corazón demostraban que estaba nervioso. Dio unos pasos hacia mí, colocándose delante de mí y extendió la mano.
-          No sé por qué te las devuelvo – Intenté no sonreírle, pero me salió natural.
-          Porque eres diferente a los demás – Cuando lo dijo me di cuenta al momento de que se acababa de morder la lengua, no quería haber dicho eso. Cogió la espada primero y la guardó. Se dio la vuelta y se marchó.
-          ¿Y la daga? – Se giró y me miró a los ojos.
-          Te será más fácil defenderte con una daga que con un abrecartas ¿no crees? – Sacó una pequeña sonrisa – Además, así tengo una escusa para volver y ver que la tratas bien – Volvió a sonreír y se marchó.