Hola! Bienvenid@s, ya sabeis que os toca leer un poquito ;) pero ánimo que es poca cosa jeje espero que os guste! (: UnBeso^^ Bekii

sábado, 9 de abril de 2011

Capítulo 1.

Abrí los ojos. Mi despertador ya estaba haciendo de las suyas, y como de costumbre lo cogí y lo lancé contra el armario. Ya lo había hecho otras veces, y era eficaz, paraba de sonar al momento.
Me levanté de la cama estirando los brazos para desperezarme y me dirigí hasta la ventana de la habitación. Los coches de mis padres ya no estaban. Abrí la ventana y me encerré en el baño. Como todas las mañanas tenía que pasarme al menos cinco minutos para desenredarme el pelo, uno de los inconvenientes de tener melena. Me lavé la cara y me hice un moño.
Abrí las puertas de mi armario y me puse lo primero que vi. Unos vaqueros grises y una sudadera de ''Vazva'' violeta. Me solté el pelo y cogí mi mochila.
Era la misma historia desde hacía dos años. Mis padres habían decidido por mí que necesitaba un cambio de aires, y que mejor que cambiarse de instituto. Aún les odiaba por ello. Nunca había logrado encajar en el instituto, aunque la parte buena era que no tenía que fingir y que podía ser yo misma.
A mis casi 16 años no me era muy difícil hacer ''amigos'', pero perder a mis amigas me había dolido. Aunque nos dijésemos que íbamos a seguir en contacto, que todo seguiría igual, que nos veríamos, en el fondo, en eso momento, todas sabíamos que era mentira. Habían pasado dos años, y lo único que habíamos hecho era quedar a una hora cada semana para hablar todas juntas por el MSN, y la mayor parte de las veces ni siquiera estábamos todas. Cada una tenía su vida, y poco a poco nos fuimos separando. Una llamada menos, una felicitación por cumpleaños menos, un olvido de llamarte para decirte algo importante... Ya no era lo mismo.
Ahora tenía otra vida, otros amigos, me había vuelto más ''rebelde'', o eso decía mi madre, yo decía que me había adaptado a donde me habían traído.
A mis padres tampoco les gustaba con quién me había juntado, pero a mí no me importaba lo que pensasen. Me había hecho amiga de Ainara y Ruth, dos hermanas que desde el primer día me habían cuidado como si fuese su hermana pequeña. Desde el primer día que había llegado la mayor parte de las personas del instituto me habían mirado como si fuese la rara, pero pasados unos meses ya había encajado. Yo decía que no había cambiado, pero todos decían que estaba cambiando día a día.
Hoy era viernes, otro maldito viernes. Era el día que más clases teníamos, y la primera era Sociales. No es que no me gustase, pero no soportaba a la profesora.
Llegué a la puerta del instituto y las chicas me estaba esperando.
-          Buenos días Zoe – Ainara me saludó con la mano mientras Ruth recogía su bandolera del suelo - ¿Preparadas para soportar cincuenta minutos de clase?
-          No, pero es lo que queda – Sonreí y agarré a Ainara del brazo y entramos las tres por la puerta.
Las horas de la mañana se pasaron lentamente. Entre risas e intentos de atender, que siempre interrumpía alguna de nosotras con algún comentario interesante e insignificante. Había llegado sin darnos cuenta la última hora del día, y era gimnasia.
-          Yo me voy a ir a casa ya – Miré a Ruth que estaba a mi lado.
-          Niña rebelde – Dijo riéndose – Ain se marchó a casa hace un rato.
-          ¿Se encontraba mal?
-          No – Sonrió – No le apetecía hacer gimnasia.
-          Pues ya somos dos – Me reí - ¿Nos vemos por la tarde?
-          Claro – Se dio la vuelta y hizo un gesto con la mano despidiéndose de mí.
Salí por la puerta del instituto intentando que no me viesen. No me apetecía que llamasen a mis padres para decirles que me estaba marchando del instituto antes de tiempo.
Llegué a casa y dejé mi bandolera en el sofá, y me puse a buscar mi iPod. Mi padre me lo había quitado por negarme a desayunar, pero que alguien me diga quién tiene ganas de comer a las seis y media de la mañana.
Ya había rebuscado por toda la casa, el único sitio que me quedaba era su estudio personal.
Abrí la puerta y entré con cuidado. Registré todo, pero no lo encontré, asique cogí un abrecartas e intenté abrir el cajón. Metí la punta por la cerradura y al intentar girarlo me rozó el dedo y me corté.
-          Mierda! – Me llevé el dedo a la boca y chupé la sangre. Salí del estudio para ir al baño. Dejé el abrecartas encima del lavabo y saqué el dedo de la boca - ¿Pero qué? – Ya no tenía ninguna herida, ni una marca – La boca me sabía dulce y saboreé la sangre que tenía en la boca.
Limpié el abrecartas con cuidado de no volver a cortarme y volví al estudio de mi padre. Lo dejé encima de mesa y me puse a pensar en cómo podría abrir en cajón. Tendría que haber una llave en algún sitio, porque mi padre era así, hacía copias de seguridad de todo.
Abrí todos los cajones de la mesa, miré en todos los estantes para ver si la veía, pero nada. Volví a coger el abrecartas y miré el filo. Tenía miedo de cortarme otra vez, pero quería abrir el cajón costase lo que costase. Introduje el abrecartas con cuidado y lo giré, pero esta vez sin cortarme. Noté como la cerradura se estaba forzando a no girar y justo antes de conseguir abrirlo el abrecartas se rompió. Noté como se me clavaba en la palma de la mano.
-          Mierda joder! – Agarré con la punta de los dedos el abrecartas y me lo quité. La sangre fluía por mi mano hacia abajo y pude percibir el olor dulce que desprendía. Me acerqué la mano a la boca y pasé la lengua por encima de la herida, cuando me di cuenta ya no tenía ni un rasguño.
Cogí el abrecartas asustada y lo llevé a la papelera de mi habitación. Miré mi mano buscando la herida, intentando entender porque estaba manchada de sangre y porque no tenía ni una marca.
La sangre, ¿Por qué me habías sentido atraída hacia ella? ¿Por qué me había sabido tan bien?
Me vibró el móvil en el bolsillo y lo saqué. Era Cesar, estaba con Ruth y Ain esperándome unas calles más abajo y que en unos minutos estarían en mi puerta para marcharnos.
Me limpié la mano y me cambié de chaqueta lo más rápido que pude. Me había manchado de sangre toda la manga, lo que demostraba que si me había cortado. Me puse una chaqueta de chándal negra y bajé por las escaleras. Me tropecé y casi me caigo, pero con una gran habilidad me agarré al pasamanos y casi me quedé en el aire. Tenía el corazón acelerado, ¿qué me estaba pasando? Me dolía la cabeza, podía notar un latido fuerte que venía desde fuera de la calle.
Bajé lo que me quedaba de escaleras y cogí mis llaves. Cuando abrí la puerta vi a los chicos fuera esperándome y me di cuenta de que el sonido venía de ellos. Venía de Cesar. ¿Podía ser? ¿Eran de verdad sus latidos? Ain notó que algo me preocupaba. Ruth apenas se dio cuenta, estaba más pendiente de Cesar que de cualquier otra cosa.
Nos pusimos a andar hacia el centro, y ahora oía los latidos de los cuatro. Los míos eran los que estaban más relajados. Ain estaba algo alterada, pero, los latidos de Cesar me estaban matando. Nos sentamos en el parque como siempre. Había conseguido aguantar unas horas, pero el ruidito me estaba matando. Me levanté y me fui casi corriendo. Ain intentó seguirme pero Ruth la paró. Al parecer todos se habían dado cuenta de que me estaba pasando algo.
Caminaba lo más rápido que podía, cada vez que me cruzaba con alguien oía con fuerza todo, oía los gritos rompiéndome por dentro. Los ladridos de los perros me mataban, pero lo peor eran los latidos de la gente. Escuchaba como el corazón se movía dentro de cada uno, como la sangre fluía.
Llegué a mi casa y antes de entrar escuché como mis padres murmuraban en la cocina. Abrí la puerta de la entrada con cuidado, intentando no hacer ruido, y antes de darme cuenta estaba cerrando la puerta de mi habitación. Mis padres no me habían oído subir, y me sentía algo mareada, ¿Cómo había llegado allí arriba?
Me quité la ropa y me puse el pijama, unos simples shorts deportivos y una camiseta vieja.
Me metí en la cama, e intenté dormirme, pero mis padres estaban hablando alto, y me iba a estallar la cabeza. Me coloqué la almohada sobre la cabeza y apreté con fuerza alrededor de mis oídos.
Al final, conseguí dormirme, pero los ruidos me seguían atormentando.

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